La Cuba de Padura
Matko Koljatic
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Matko Koljatic
La presidenta Bachelet viajó a Cuba, puso una ofrenda floral en el monumento a José Martí, tuvo una cena con Raúl Castro y volvió. ¿A qué fue?
Los medios descartaron razones diplomáticas (no la acompañó el canciller Heraldo Muñoz). También es descartable la razón dada por la vocera de gobierno, que se buscaba el fortalecimiento del intercambio comercial entre los dos países (¡no fue una comitiva empresarial!). La mejor hipótesis que he escuchado es que Bachelet fue a buscar el voto favorable de Cuba -y de los pocos países del movimiento de los “no alineados” que quedan- para los funcionarios del gobierno de la Nueva Mayoría que quedarán cesantes en marzo y que postularán a cargos en organismos internacionales.
Pero hay otra explicación de trasfondo. La dio Patricio Fernández, director de The Clinic, quien según La Segunda explicó el viaje diciendo: “Michelle Bachelet es una mujer de izquierda como van quedando pocas en Chile. Para ella debe haber muchas significaciones (sic) en visitar Cuba”. Siguiendo esa idea, este viaje puede significar que aún añora el “socialismo real” y tal vez quiso renovar su compromiso intelectual y emocional con las ideas políticas que adoptó en su juventud. Hay que recordar que Bachelet vivió en la Republica Democrática Alemana de Erich Honecker, a quien recibimos como exiliado después de la caída del Muro de Berlín, y que corrió a ver a Fidel Castro en una visita anterior. Cuba y Corea del Norte, son de lo poco que va quedando de los “socialismos reales” en el mundo y a visitar a Kim Jong-un no podía ir.
Si la explicación de Fernández es correcta, la visita de Bachelet a Cuba confirmaría lo resilientes que son las ideologías en la mente de las personas. Porque Cuba está muy lejos de ser el paraíso prometido por la revolución. Basta leer a Leonardo Padura para saberlo.
Padura es un ensayista y novelista cubano, autor de la notable novela “El hombre que amaba los perros”, una crónica polifónica sobre el asesinato de Trotsky por parte del militante comunista catalán y agente de la NKVD, Ramón Mercader, siguiendo las órdenes de Stalin. Mercader fue entrenado durante años en la URSS y tras cumplir condena en México, se refugió en La Habana, donde se cruza con un joven aspirante a escritor, que se supone es Padura.
En esa novela, una de las mejores que he leído en los últimos años, Padura describe el asesinato y sus circunstancias desde una perspectiva histórica, adentrándose además en la mente del asesino y de su víctima. Un relato fascinante y profundo; en una palabra, magistral.
Otras obras de Padura son las cuatro novelas “negras” en las que se basa la serie de Netflix “Cuatro estaciones en La Habana”. En ésta, Padura crea un detective, Mario Conde, al estilo del chandleriano Philip Marlowe, un policía que investiga crímenes en La Habana durante los años del Período Especial, cuando después de la caída de la URSS Cuba perdió los subsidios soviéticos y el nivel de vida cayó en un pozo.
La estructura del personaje de Conde en la serie de Netflix es bastante fiel al literario: un bebedor insaciable, divorciado, con un montón de libros y pocos amigos. Un tipo que abandonó su carrera de escritor para convertirse en policía. Desencantado y profundamente melancólico, Conde es el detective estrella de la Policía Cubana por sus capacidades investigativas.
Como a menudo ocurre con las películas basadas en novelas, la serie de TV desmerece a Padura. Pero lo que sí hace es mostrar la vida en La Habana, donde escasea la comida y florecen el mercado negro y la prostitución y en que los ciudadanos no pueden expresar libremente lo que piensan ya que están vigilados por informantes. Ahí se ve dramáticamente la decrepitud material y espiritual que producen los “socialismos reales” y la desesperanza en que viven sus habitantes.
Es posible que si Bachelet hubiera leído o visto alguna de las obras de Padura, no habría ido a La Habana pues sus sueños de juventud se hubieran derrumbado.